martes, 20 de noviembre de 2007

Ultimas Palabras – Un género en decadencia (en todo sentido)

Bueno mando al éter un nuevo comentario. Muchas gracias a todos los lectores y espero que sigan ahí. Este texto es, en cuanto a su estructura, un poco distinto. Espero que les guste.

PD: Las fotos corresponden a la ejecución de Jacques de Molay, Lord Byron y Karl Marx.

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Extraño género literario (aunque quizá tenga más que ver con la oratoria) el de las últimas palabras. Es distinto a todos los demás por las siguientes características: solo se tiene una oportunidad para hacerlo bien, es imprescindible la presencia de testigos y conviene utilizar un estilo solemne . Además, hay que tener la gran suerte de saber el momento exacto en uno va a abandonar este mundo, algo ya muy complicado. Pero de estas cosas (y de otras), voy a volver más adelante. Primero, les dejo algunas frases de personajes históricos. Algunas interesantes, otras pintorescas.

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  • "Clemente, y tú también Felipe, traidores a la palabra dada, ¡os emplazo a los dos ante el Tribunal de Dios!... A ti, Clemente, antes de cuarenta días, y a ti, Felipe, dentro de este año...".
Jacques de Molay




Las palabras del último maestre de la Orden del Temple, mientras era quemado en la hoguera. Lo curioso del caso es que la maldición de De Molay se cumplió. A los treinta y tres días de la ejecución, moría el Papa (Clemente V) en el castillo de Roquemaure, posiblemente envenenado. El rey (Felipe IV de Francia), nueve meses después de la pira de Paris, fallecía misteriosamente mientras cazaba. Muchos pensaron en la maldición de Molay y otros sospecharon de un brazo ejecutor de carne y hueso.





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  • "Pardonnez-moi, monsieur” (Discúlpeme señor)

María Antonieta.

Cuando se aproximaba a la guillotina, condenada a ser decapitada, tropezó accidentalmente con el pie del verdugo. Y los modales van primero... En una situación similar, Ana Bolena (ex esposa de Enrique VIII), le dijo al ejecutor: "No le dará ningún trabajo: tengo el cuello muy fino".

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  • "Yo soy el conde Drácula, el rey de los vampiros, soy inmortal''.

Bela Lugosi.

Para poder comentar esta frase me gustaría haber visto los gestos de su protagonista. Si gesticuló de manera exagerada como lo haría un mal actor, me produciría gracia y tristeza. Si lo hizo como un último deseo desesperado, me generaría compasión y… tristeza.

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  • “¿En serio nadie la entiende?”.

James Joyce

El escritor irlandés quedó preocupado por que la crítica calificó de incomprensible su novela “Finnegans Wake”. Es una constante: el último pensamiento de un artista está dedicado a su obra, como herramienta hacia la inmortalidad.

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  • "Ahora me voy a dormir. Buenas noches”

Lord Byron

Ahora, esta es una de las pocas en las que creo. Esas son palabras dignas!


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  • "Es todo tan aburrido”

Winston Churchill

Otra de las que me parecen comprensibles. Una sinceridad que apabulló el momento de grandeza que otros hubieran pretendido. De todos modos hay una cierta aceptación que no comparto.

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  • "Levántame, quiero cagar”

Walt Whitman

Que cosa! Una vida dedicada a la poesía….

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Las últimas palabras de Albert Einstein no se conocerán nunca. Confundiendo
las sonoridades de su noble alemán con un vulgar borboteo, una despistada enfermera norteamericana (que no sabía alemán) prefirió ignorar sus últimas palabras.
Se cuenta que Marx le dijo a una mucama cuando estaba por morir: “las últimas palabras son para los tontos que en la vida no han dicho lo suficiente”. Pero esa misma frase le es atribuida a Engels. Así que, ya empiezo a dudar.



En todo caso yo dudo de todas las últimas palabras. No solo porque sean incorrectas o innecesarias: concretamente no creo que alguna vez hayan sido pronunciadas.
Creo que la gente necesita que sus muertos se despidan, pero que además lo hagan con cierta solemnidad. Necesitamos que el último recuerdo de esas personas sea grato para que pensar en nuestra propia muerte no nos desespere y se nos haga más llevadero.

Pero el final de una vida, lamentablemente, pocas veces llega de manera tan placentera como para poder pronunciar frases graciosas. Si uno estuviera tan lúcido como para enunciar palabras felices, probablemente no se moriría.
Un moribundo es un ser que esta grandes problemas incluso en sus pensamientos. Muchas personas que estuvieran cerca de la muerte contaron después, que veían los mejores momentos de su vida, los más placenteros y los de mayor paz. Me llamó la atención la explicación que dan los científicos sobre este fenómeno: es el propio cerebro el que, entendiendo que el final esta cerca, manda esas imágenes para “tranquilizar” la conciencia del sujeto. Que se recurre a esas imágenes para aceptar con calma lo inevitable. Una “anestesia” mental para un alma en pena.



La última vez que visité a mi abuela en el hospital, ella me abrazó, me miró fijamente durante un minuto interminable y cuando yo mismo estaba por decir algo porque no podía aguantar más, me sonrió y cerró los ojos. Nada más. Al día siguiente, falleció.

Creo en esa sonrisa mucho más que en mil palabras.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Hybris – Los límites del vicio y la libertad de prohibir

Hola! Sale el tercer comentario. Una vez más, agradezco a todos los visitantes de la página y espero leer sus comentarios. Una saludo muy grande a todos.

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En la vida diaria de una persona, son muy pocas las ocasiones en que la razón es relegada y las acciones se realizan considerando otros aspectos. Nos gusta creer que no es así, que son millones las veces que elegimos con el corazón, usando los sentimientos, pero en realidad (y por suerte) son muy pocas. Una de ellas responde a los vicio o los excesos. ¿Que nos mueve a excedernos en algo, cuando sabemos que no deberíamos?

En la antigua Grecia, se andaban con mucho cuidado de cometer excesos. Actuaban, pensaban, opinaban, vivían y morían con todo tipo de precauciones para no pasarse de la raya. Y tenían una palabra clave para designar esta actitud: Hybris.

La hybris alude a un orgullo o confianza exagerada en uno mismo, resultando a menudo en un merecido castigo. Una falta de control sobre los propios impulsos. Bertrand Russell decía que la sabiduría convencional griega había sido siempre sabiduría de los límites. Por ejemplo: la innovación política debía respetar la costumbre; la discusión moral debía respetar la tradición, la religión debía continuar con los usos del pasado y el conocimiento no debía profanar a los dioses. La violación de estar normas era la hybris: desmesura y tentación de lo absoluto.


Desde luego los griegos fueron tan innovadores por haberse opuesto un poco a esta normativa, pero no obstante, vivían pendientes de ella. La mitología griega esta repleta de giros dramáticos concernientes a la hybris. Cuando un relato se topa con la frase “era tan hermosa que…” o “su fuerza era incomparable”, ya sabemos que algo malo va a pasar. Porque ser tan hermosa o tan fuerte era una demasía que de una manera o de otra, iba a ser castigada, sobre todo si los bellos y fuertes protagonistas alardeaban de su condición. Claramente, había en los griegos un desprecio por la desmesura. Por el mismo motivo, no toleraban los vicios: morir borracho era una ofensa no por el hecho de tomar, sino por haberse excedido y perder el control. Ese control era, para ellos, un motor fundamental en la vida de las personas.



En psicología se indica que en la desmesura hay una vuelta a la perversión porque termina transformando lo que es el “placer” en “goce”, una etapa que está más allá del placer mismo y se vuelve totalmente perjudicial ya que pone en riesgo la vida en cuanto nos aleja del deseo y nos acerca al dolor. Como en los griegos (vamos, que no solo usaron a Edipo como base de sus teorías) aparece un castigo por haber cometido una desmesura. No se si prefiero un rayo de Zeus o la tarifa de otra consulta.

A ver si coinciden conmigo. Un exceso o vicio consiste en un “olvido conciente” de nuestra propia mortalidad. Racionalmente, es inapropiado: un vicio acorta nuestra vida en la tierra y daña la calidad de la misma. Pero ¿y qué? Si de todos modos no podemos controlar la muerte, más vale olvidar todo el asunto y hacer lo que uno quiere ahora mismo. Hasta acá, todo bien.

El problema está en que no solo la muerte escapa de nuestro control. De hecho, no podemos controlar casi nada. Y me gusta pensar que las pocas, poquísimas cosas que si manejamos, es la capacidad de poner límites. Vamos a usar una metáfora: un señor está mirando un partido de ajedrez y no conoce las reglas, pero por los movimientos, puede ir conjeturándolas. ¿Cómo las entiende? Porque esas reglas “definen” un partido de ajedrez no por lo que permiten hacer, sino por lo que prohíben hacer. Hay muchos partidos posibles dentro de las reglas del ajedrez, pero ninguno en el que el peón retrocede casilleros o la torre se mueve en diagonal. Quiere decir que lo que existe, existe gracias a las prohibiciones y a las imposiciones (límites).




El derecho es igual. No existen leyes (o mandamientos para el caso) permitiendo cosas, sino prohibiendo e imponiendo cosas. Prohiben matar a alguién, no permiten "dejar vivo" a ese alguien.






Que quiero decir con esto? Que el control sobre nuestra vida reside en los límites que nos imponemos y en las prohibiciones que establecemos para nosotros mismos. Ahí está el poder sobre la propia existencia: delimitar el campo por el que transcurrirá la vida. Siempre hay algo que no voy a hacer, algo que no voy a permitir que me hagan. Marcar ese punto del que no quiero avanzar no coarta mi libertad; no me dice como tengo que vivir, sino hasta donde puedo/quiero llegar.

El vicio, el exceso, la demasía, quitan ese control. Eliminan la capacidad de prohibición de una persona: no solo se borran los límites autoimpuestos: se pierde el poder de decisión para dibujar esos límites. Y en definitiva, como pensaban los griegos (y por eso le tenían tanto miedo) los excesos convierten en esclavo al protagonista, que ya no puede definirse en nada, ni siquiera en su propio punto de quiebre.

En este mundo de locura, apuesto a tener el mayor control posible sobre mi mismo, mis límites y mis decisiones. ¿Qué más me queda? Y si alguna ves la pifio (como ya pasó, pasa y seguro pasará), lo mínimo que puedo hacer es no alegar “delirium tremens”.



martes, 6 de noviembre de 2007

Ouroboros- El tiempo de los procesos y los procesos en el tiempo

Ahora si, después de algunos inconvenientes técnicos (no funcionaba Internet), mando el comentario. Muchas gracias a todos los que comentaron (la banda del rol) y a los que se tomaron el tiempo de leer el texto anterior. Un favor más: pasen la dirección a todos aquellos que puedan interesarse en algo como esto. Saludos y nos leemos en una semana.

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Pocos símbolos viajan desde los desiertos de Egipto hasta las rocosas costas de Grecia y desde las pirámides aztecas en México hasta los campos de arroz en China. El “Ouroboros” es una magnifico ejemplo de emblema intercultural: está presente (a veces simultáneamente) en las culturas antes mencionadas y en muchas otras. Ese fue el motivo por el que llamó mi atención en una primera instancia.



Ouroboros es la serpiente (a veces un gusano, otras un dragón) que devora continuamente su propia cola. En el primer acercamiento a su significado se destacan dos elementos: circularidad y relatividad. El símbolo resalta la naturaleza cíclica de todas las cosas, tanto materiales como emocionales. El principio de algo es al mismo tiempo su final y ese final marca el comienzo de otra cosa. Y al ser todo pasajero (el tiempo juega un rol primordial en la definición), ese todo es relativo. Desde el punto de vista de la creación y la destrucción, también juega con los conceptos de muerte (suicidio) y nacimiento, aunque de manera más tangencial.


Muchos comparan este símbolo con el Ying-Yang. Creo que es un grave error. El Ying-Yang tiene una carga moral mucho mayor: representa (o representó en un comienzo antes de ser absorbido por el new age) la esperanza del bien dentro del mal y la inseparable presencia del mal dentro del bien. Pero en el Ouroboros, bien y mal son inaplicables: los ciclos del tiempo, la muerte, la vida, los procesos terminados y los que están por comenzar, rara vez tienen que ver con los mecanismos de la justicia o los merecimientos. Hay un carácter de inevitable en su eterno movimiento giratorio, que no conoce de premios ni castigos.



Por lo tanto, se trata de un imperativo. No importa lo mucho que deseemos la eternidad de un momento, la extensión infinita de una sensación acogedora, siempre vamos a ser testigos cabizbajos de su terminación. Pero, por otra parte, también es un símbolo de esperanza. Porque la pesadumbre y el desprecio de hoy serán abordados por nuevos y renovados placeres sorpresivos que hasta hace un rato, parecían improbables.

Pero después de leer muchas definiciones del tema, por fin llegué a donde quería, al verdadero mensaje que me transmite este símbolo: no sacar conclusiones definitivas ni esperar mucho de las cosas buenas y malas. Creo que los mayores momentos de inteligencia y sabiduría de una persona no tienen que ver con sus reacciones ante lo maravilloso y lo terrible, sino con su reacción ante el cambio mismo. Si las cosas buenas y malas van a ir y venir, lo que nos hace únicos es como respondemos ante esa plena conciencia de que todo termina y todo vuelve a empezar. Frente a la tremenda velocidad a la que ocurren las cosas, la propia sensibilidad ante el cambio es el único punto de referencia fijo.


Me es imposible detener la muerte de algo y no puedo evitar el nacimiento de otra cosa. Pero el proceso me cambió y ya no soy el mismo: esa maduración (no en el sentido de evolución, sino en el de modificación), es lo único que permite un anclaje en la incontrolable corriente del tiempo.



Ante lo desafortunado, vamos a reaccionar mal. Y ante lo sobresaliente, vamos a reaccionar bien. No inventamos nada con eso. El tema es saber como queda nuestro carácter cuando una persona amada se va o como queda nuestra humildad cuando de repente nos convertimos en millonarios.


Y hablando de esperanzas, les dejo un planteo: si todo lo que empieza tiene que terminar, pues la muerte (como proceso en si mismo) tiene que terminar.

¿Y entonces?........