PD: Las fotos corresponden a la ejecución de Jacques de Molay, Lord Byron y Karl Marx.
Extraño género literario (aunque quizá tenga más que ver con la oratoria) el de las últimas palabras. Es distinto a todos los demás por las siguientes características: solo se tiene una oportunidad para hacerlo bien, es imprescindible la presencia de testigos y conviene utilizar un estilo solemne . Además, hay que tener la gran suerte de saber el momento exacto en uno va a abandonar este mundo, algo ya muy complicado. Pero de estas cosas (y de otras), voy a volver más adelante. Primero, les dejo algunas frases de personajes históricos. Algunas interesantes, otras pintorescas.
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- "Clemente, y tú también Felipe, traidores a la palabra dada, ¡os emplazo a los dos ante el Tribunal de Dios!... A ti, Clemente, antes de cuarenta días, y a ti, Felipe, dentro de este año...".
Las palabras del último maestre de la Orden del Temple, mientras era quemado en la hoguera. Lo curioso del caso es que la maldición de De Molay se cumplió. A los treinta y tres días de la ejecución, moría el Papa (Clemente V) en el castillo de Roquemaure, posiblemente envenenado. El rey (Felipe IV de Francia), nueve meses después de la pira de Paris, fallecía misteriosamente mientras cazaba. Muchos pensaron en la maldición de Molay y otros sospecharon de un brazo ejecutor de carne y hueso.
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- "Pardonnez-moi, monsieur” (Discúlpeme señor)
María Antonieta.
Cuando se aproximaba a la guillotina, condenada a ser decapitada, tropezó accidentalmente con el pie del verdugo. Y los modales van primero... En una situación similar, Ana Bolena (ex esposa de Enrique VIII), le dijo al ejecutor: "No le dará ningún trabajo: tengo el cuello muy fino".
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- "Yo soy el conde Drácula, el rey de los vampiros, soy inmortal''.
Bela Lugosi.
Para poder comentar esta frase me gustaría haber visto los gestos de su protagonista. Si gesticuló de manera exagerada como lo haría un mal actor, me produciría gracia y tristeza. Si lo hizo como un último deseo desesperado, me generaría compasión y… tristeza.
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- “¿En serio nadie la entiende?”.
James Joyce
El escritor irlandés quedó preocupado por que la crítica calificó de incomprensible su novela “Finnegans Wake”. Es una constante: el último pensamiento de un artista está dedicado a su obra, como herramienta hacia la inmortalidad.
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- "Ahora me voy a dormir. Buenas noches”
Lord Byron
Ahora, esta es una de las pocas en las que creo. Esas son palabras dignas!
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- "Es todo tan aburrido”
Winston Churchill
Otra de las que me parecen comprensibles. Una sinceridad que apabulló el momento de grandeza que otros hubieran pretendido. De todos modos hay una cierta aceptación que no comparto.
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- "Levántame, quiero cagar”
Walt Whitman
Que cosa! Una vida dedicada a la poesía….
Las últimas palabras de Albert Einstein no se conocerán nunca. Confundiendo
las sonoridades de su noble alemán con un vulgar borboteo, una despistada enfermera norteamericana (que no sabía alemán) prefirió ignorar sus últimas palabras.
Se cuenta que Marx le dijo a una mucama cuando estaba por morir: “las últimas palabras son para los tontos que en la vida no han dicho lo suficiente”. Pero esa misma frase le es atribuida a Engels. Así que, ya empiezo a dudar.
En todo caso yo dudo de todas las últimas palabras. No solo porque sean incorrectas o innecesarias: concretamente no creo que alguna vez hayan sido pronunciadas.
Creo que la gente necesita que sus muertos se despidan, pero que además lo hagan con cierta solemnidad. Necesitamos que el último recuerdo de esas personas sea grato para que pensar en nuestra propia muerte no nos desespere y se nos haga más llevadero.
Pero el final de una vida, lamentablemente, pocas veces llega de manera tan placentera como para poder pronunciar frases graciosas. Si uno estuviera tan lúcido como para enunciar palabras felices, probablemente no se moriría.
Un moribundo es un ser que esta grandes problemas incluso en sus pensamientos. Muchas personas que estuvieran cerca de la muerte contaron después, que veían los mejores momentos de su vida, los más placenteros y los de mayor paz. Me llamó la atención la explicación que dan los científicos sobre este fenómeno: es el propio cerebro el que, entendiendo que el final esta cerca, manda esas imágenes para “tranquilizar” la conciencia del sujeto. Que se recurre a esas imágenes para aceptar con calma lo inevitable. Una “anestesia” mental para un alma en pena.
La última vez que visité a mi abuela en el hospital, ella me abrazó, me miró fijamente durante un minuto interminable y cuando yo mismo estaba por decir algo porque no podía aguantar más, me sonrió y cerró los ojos. Nada más. Al día siguiente, falleció.
Creo en esa sonrisa mucho más que en mil palabras.