domingo, 19 de octubre de 2008

Conservar las Murallas y Cortar los Caminos


Hola gente. Primer texto recuperado del naufragio tecnológico. Muy pronto (¿por suerte?) llegará el segundo. Les dejo un saludo muy grande y un pedido de comentario al que lo desee.

Sergio


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En apariencia, la intransitable cualidad de una muralla y el poder conectivo de un camino son conceptos opuestos. Herramientas de flujos (de gente, de información de sentimientos) con usos bien distintos. Y, de paso, conceptos que se prestan para miles y miles de metáforas, alegorías y paralelismos. ¿Será tan así? Vamos a tocar algunas murallas y caminos paradigmáticos y después, probar algunas de esas gastadas comparaciones.

 

Desde luego, la gran muralla china es el primer ejemplo que viene a la cabeza de cualquiera. Fue construida con un uso práctico e inmediato: proteger el imperio de los ataques de los nómadas xiongnu de Mongolia y Manchuria. El principal propósito del muro no era impedir que lo atravesaran a pie, sino más bien impedir que los invasores trajeran caballería con ellos.



Pero hay otro motivo más profundo y significativo. El emperador, Qin Shi Huang, que ordenó la construcción de la muralla, quería, además, abolir la historia (en parte lo logró. Es considerado el primer Emperador chino). O mejor dicho, quería que la historia comenzara con él. Mandó a quemar todos los libros y levantó la muralla para que ninguna “información” de hechos pasados entrara.

El decreto de Qin Shi Huang obligó a sacrificar todas las obras literarias, históricas y filosóficas (particularmente las confucianas y maoístas), aunque salvó del fuego muchos tratados científicos y, por suerte, ordenó que se conservara un ejemplar de cada obra quemada, el cual sólo podía ser consultado por altos mandos del gobierno. La tradición y el pasado quedaron así prohibidos bajo pena de muerte.

Borges sostuvo en 1950, en  “La muralla y los libros”, que dada la colosal escala de ambas empresas, el incendio de las bibliotecas y la edificación de la muralla fueron operaciones que de modo secreto se anulaban entre sí en los deseos de Qin Shi Huang (que él llamaba Shih Huang Ti).

 

“Shih Huan Ti, según los historiadores, prohibió que se mencionara la muerte y buscó el elixir de la inmortalidad y se recluyó en un palacio figurativo, que constaba de tantas habitaciones como hay días en el año; estos datos sugieren que la muralla en el espacio y el incendio en el tiempo fueron barreras mágicas destinadas a detener la muerte”.

Y luego agrega:

“He hablado de un propósito mágico; también cabría suponer que erigir la muralla y quemar los libros no fueron actos simultáneos. Esto (según el orden que eligiéramos) nos daría la imagen de un rey que empezó por destruir y luego se resignó a conservar. O la de un rey desengañado que destruyó lo que antes defendía”.

 Jorge Luis Borges “La muralla y los libros”.


Como vemos, la afirmación inicial (las murallas detienen y los caminos intercomunican) es puesta a prueba. Sigamos…

Para ejemplificar un camino, recurriré a una de las más importantes tradiciones de los indios pampas.

Había un camino directo y muy transitado entre el cielo y la tierra y ese era el camino de las estrellas, de la vía láctea. Pero ese camino, estaba cortado. Fue cerrado para siempre por Cha Chao el viejo, creador del mundo, que en otras épocas solía bajar del Cielo para entretenerse en la pampa. Una tarde de puro aburrido amasó con barro unos muñequitos que se le parecían lejanamente, como si fueran una caricatura de la divinidad. Su hermano Gualicho, el espíritu del mal, resolvió jugar una broma y sopló sobre aquellas figuras irrisorias, con ese soplo les dio vida y así nacieron los hombres. Cuando advirtió lo sucedido, Cha Chao se espantó y huyó al Cielo. Con su facón cortó la galaxia y aisló para siempre la región celestial. Desde entonces Cha Chao vive solo sin que parezca importarle demasiado el género humano; en cambio Gualicho, el espíritu del mal, el demonio, se quedó abajo, en el mundo de los hombres y recibe de ellos toda clase de homenajes. Es que los pampas dedican sus oraciones a Gualicho bajo la siguiente consigna: al Dios “bueno” no hace falta pedirle nada, ni ofrecerle nada. Es el Dios “malo” al que debemos convencer.

Aún quedan señales de aquel episodio en este cielo que nos cobija; aún queda la huella de un ñandú que en la confusión quiso seguir a Cha Chao al Cielo. Esa huella es la Cruz del Sur. Y también puede verse la marca de las boleadoras que el dios indiferente le arrojó al ñandú, y esa marca es la constelación del Centauro.

 


La obvia analogía tiene que ver con las murallas y los caminos interiores. No voy a escapar de la comparación, pero quise destacar dos casos en los que las supuestas características de los muros y los trazados son por lo menos cuestionadas.

 

La obsesión por la verdad policial en cuestiones de afectos (concepto que ya utilicé y desde luego no me pertenece) nos hace buscar la desnudez sentimental. Y la falsa idea de “flujo constante” nos hace buscar caminos que nos interconecten con las ideas todos los que nos rodean, como si eso hiciera falta.

Entiendan aquellos que creen que conocer a alguien consiste en “derribar barreras” o murallas en su pensamiento. Las personas que piensan que deben descubrir con la fuerza del sitiador, el secreto que esconde una muralla del otro lado: los muros están allí por algo, y los caminos no conducen a un sitio arbitrario, sino que recorren la huella a la que están destinados. Estamos destinados (los científicos usen el término que prefieran) a conocer a quienes conocemos y no a otros. Conciente o inconsciente es una elección nuestra y no debemos menospreciarla merced de la exigencia de “interconectividad” que nos pide la época.

Conocer una persona tiene que ver, más bien, con una doble invitación: a desistir en el encierro y a recorrer caminos difíciles e intransitados. Estas tareas requieren un trabajo tan arduo y constante que difícilmente pueda ser compatible con la idea de “conocer gente copada”.