miércoles, 1 de septiembre de 2010

Búsquedas - El oro perdido y la aventura encontrada

Ha pasado tiempo, pero estamos de nuevo con estos posteos estrellados. Un saludo muy grande a todos y nos volvemos a leer pronto.

Sergio.


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El mito empezó por el año 1530. Mezclada con otros rumores, se formó en Colombia la leyenda de El Dorado, un reino, un imperio, una ciudad hecha de oro puro.
Españoles, ingleses y portugueses perdieron hombres y años buscándola. Frustrados tras una aventura, la codicia y el sueño de lo imposible los hacía volver solo para sumar nuevas penurias.


La expedición más famosa en busca de El Dorado fue la de Francisco de Orellana en 1541. Terminó en un desastroso viaje por el Amazonas. Partió junto a Gonzalo Pizarro, pero al cabo de un año y ante la falta de resultados, debieron replantear la estrategia.
Habían perdido 140 de los 220 españoles y
3.000 de los 4.000 indios que
componían la
expedición.
Acordaron construir un bergantín (el “San Pedro”) para que Orellana prosiguiera río abajo (el río Napo) en busca de alimentos y que Pizarro se quedara allí con los heridos.
Orellana partió con unos cincuenta hombres, pero incapaz de remontar el río, envío mensajeros a Pizarro esperando que volviera a reunirse con él. Pero Pizarro ya había vuelto hacia Quito por otra ruta y el reencuentro fue imposible.
Orellana siguió camino. Al cabo de siete meses y un viaje de 4.800 kilómetros, navegó río abajo por el Napo, el Jurua, el Negro y finalmente, el Amazonas.
Llegó a su desembocadura el 26 de agosto de 1542, bordeó el continente hasta Venezuela y terminó su aventura.
Fue en este viaje en el que el Amazonas adquirió su nombre. Se cuenta que la expedición fue atacada por feroces mujeres guerreras, similares a las amazonas de la mitología griega, pero es posible que simplemente luchara contra guerreros indígenas de pelo largo.


Robert Dudley fue el primer explorador inglés en emprender la búsqueda. Tenía 140 hombres a su cargo en la expedición y un primer piloto temible ll
amado Abraham Kendall que consideraba de mala suerte que las personas murieran en el barco así que arrojaba al mar a todo aquel que estuviera enfermo o herido para que se muriera en el mar…por las dudas.
Apenas llegaron a América, Dudley capturó a un indio que hablaba español, llamado Baltazar. Amenazado de muerte, Baltazar dio indicaciones de cómo llegar a la ciudad. Ya se imaginan como terminó esto. En medio de la selva, el indio logró escapar y los dejó perdidos.
El objetivo de la expedición cambió: ya no se trataba de encontrar el Dorado, sino salir de ahí como sea. Estuvieron dos meses totalmente perdidos hasta que, siguiendo pequeñas corrientes y afluentes, llegaron al Orinoco y luego, al mar.
Años después, Walter Raleigh también emprendió otra famosa búsqueda que tampoco encontró el oro de la ciudad.


Estas pobres síntesis de viajes tan largos y memorables (repleto de aventuras no contadas aquí por cuestiones de espacio) dejan, sin embargo, vislumbrar algo. El cambio de los objetivos en estas expediciones, era constante. Salían a buscar El Dorado, pero rápidamente comenzaban a buscar otras cosas.


Tiene sentido buscar cosas que uno no sabe donde están. Suena obvio, pero no lo es tanto. Usualmente, emprendemos búsquedas convencidos de saber donde está aquello que buscamos. Y eso es peligroso. Hemos dicho ya es esta página, que lo mejor de una aventura es la aventura misma y no llegar al objetivo. El transcurso de tiempo que va desde el primer paso, al último. Todo eso que está en el medio, es lo que vale la pena ser vivido. El final es solo relleno.
Y en tal sentido, aquellos que están convencidos de estar en el camino correcto, que ciegamente siguen sin escuchar consejos, que ven como enemigos a aquellos que piensan que el recorrido debería ser otro, esos no miran nunca las estrellas, no se detienen por nada ni por nadie. Vienen orientados de fábrica, no les hace falta brújulas ni observaciones.

Puede parecer lo contrario, pero el hombre noble modifica su utopía cada dos cuadras. En poco tiempo, se da cuenta que es mejor girar y arremeter sobre nuevos caminos. Admite su error con cierta gracia y vuelve a caminar. En sentido contrario si hace falta.
Quienes salen a buscar con los ojos bien abiertos, encuentran algo siempre y los parámetros de éxito o fracaso cambian radicalmente. No pasan por encontrar aquello que se buscaba originalmente como un triunfo cercano, inmediato y banal. Pasa por la calidad del viaje emprendido. Orellana nunca encontró El Dorado, pero entró en contacto con comunidades indígenas nuevas, recorrió el Amazonas de punta a punta y le dio nombre. ¿Importa no haber encontrado la ciudad?

No simpatizo con esas personas en apariencia “decididas”. Prefiero a los que buscan sin saber de antemano a dónde demonios tienen que ir. Los que tantean en la oscuridad con miedo y con intriga. ¿Saben por qué?
Porque preguntan y escuchan…


lunes, 24 de mayo de 2010

Espíritu Agonal - La Sana Competencia

Han pasado unos meses, pero las transmisiones desde Antares no se detienen (rompimos el contrato del codificado…Antares para todos). Espero que guste el nuevo posteo y los invito a repasar los textos viejos, los cuales fueron corregidos, modificados y pulidos un poco.

Muchos saludos a todos.

Sergio.


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En la antigua Grecia cundía lo que conocían en aquella época como el espíritu agonal, concepto que fue entrando en decadencia y que hoy está, lamento decirlo, casi desaparecido. El espíritu agonal para los griegos consistía, sencillamente, en la competencia sin encono.

El desarrollo del individuo en Grecia dependía muchísimo de una competencia constante, de una idea de medirse y compararse en cualquier foro o actividad que iban desde lo físico (el olimpismo) hasta lo intelectual (los llamados simposios por ejemplo, que eran reuniones donde se bebía mucho, pero también se planteaban y discutían distintos temas, estableciéndose una competencia que ganaba el que mejor argumentaba). Otro gran ejemplo (personalmente mi favorito) eran los debates, donde mucha gente debía defender posturas que no necesariamente eran las suyas.

Estas competencias se realizaban sin odio. Sin desprecio hacía el rival. El gusto era por la competencia misma. Por medirse bajo la idea de que la sola participación y preparación para la tarea, hacía mejores a las personas.

Y esta preparación, era foco de admiración. Los ganadores, eran verdaderos héroes.


Pero ya hacia los siglos 3 y 4 antes de Cristo, el espíritu agonal comienza a diluirse. Este fenómeno no tuvo que ver con la desaparición de las competencias, sino más bien con su degradación. Con el auge de actividades menores (menos nobles) en las cuales lo agonal se fue perdiendo. Los héroes pasaron a ser personas distantes y envidiadas.

Aquellos torneos en los que solo participaban gente verdaderamente preparada como la gimnasia, la discusión retórica, los simposios, el canto, etc. fueron reemplazados por torneos de chistes, de adivinanzas, o de ver quién comía más, por ejemplo. En ellos podía participar cualquiera…como si esto constituyera un mérito.

Es decir, la competencia no desapareció, pero se fue degradando. La contienda noble comenzó a hundirse a favor de otra cosa, más indigna, pero más sencilla y “al alcance de todos”. Y esta idea, la de reducir todo a su mínima expresión para que una “gran mayoría” tenga acceso a ella, es la que nos toca vivir hoy.

No subimos el estándar y preparamos e instruimos a esa gran mayoría para que lo disfrute. Mejor bajar el estándar…





Ortega y Gasset explicaba que el espíritu noble es aquel que se fija unas metas MUY difíciles de alcanzar, porque si no las tiene, la vida le parece aburrida y despreciable. El hombre noble se establece metas casi imposibles de cumplir a diferencia del “hombre masa”, que elude toda dificultad. No se somete a ningún parámetro superior que pueda medirlo. Nunca se sujeta a instancias elevadas y se pasa la vida lamentando su suerte por tener que hacer esto o lo otro. Mejor pasar con 4, que buscar el 10.

El hombre noble solo podía vivir su vida o, mejor dicho, solo considera digno vivirla, a partir de establecimiento de estándares altísimos. El “hombre masa” en cambio, vive para cumplir, para establecer sus propios límites, que son bien bajos y fáciles de superar.



¿Hay espíritu agonal hoy día? Si..definitivamente, pero el agón falseado: lo que queremos saber es cuál es el programa de mayor rating, quién es el más popular de una clase, quién es el empleado del mes, quién gana el Martín Fierro y quién se mete más alfajores en la boca. Lo que abunda es la competencia decadente.

Además, la competitividad se vive hoy de manera muy diferente. El lugar que no tenemos nosotros lo tiene el otro, que pasa a ser un enemigo. Ese “rival” era en una época, el propio desafío: establecer una meta difícil de lograr, que requería un arduo trabajo y una prologada preparación. Ahora, el rival es el otro.


Lo fácil y lo sencillo nos rodea y se nos enseña que lo difícil no es deseable. Que es mejor esquivarlo. Que preparase es para idiotas. Pregúntense lo siguiente:

¿Buscamos zafar o buscamos la excelencia (pese a que hay chances de no lograrla)?

¿Saludamos el triunfo de los demás o queremos “pisar al rival”?

¿Disfrutamos de un espectáculo elaborado y con un contenido verdaderamente estético o nos reímos de una competencia de baile o de un torneo de “a ver quién escupe más lejos"?


No hay respuesta correcta o incorrecta. Solo el deseo y la aspiración de lograr más…

No solo los griegos vivieron una decadencia del agón. Estamos presenciando la nuestra. Y para peor, lo hacemos con el mayor de los entusiasmos.

lunes, 15 de febrero de 2010

La Casa de la Sabiduría - ¿Eruditos o Generales?

En Antares también se toman vacaciones. Y ahora, que hemos cambiado la localización de la antena parabólica que recibe las ideas del espacio, vuelven los post a está página de terca supervivencia.
Limpien esa arena de los pies y dejen un comentario, que será oportunamente agradecido.
Un abrazo grande para todos.
Sergio.

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En la antigua ciudad de Bagdad se alentaba el conocimiento. La literatura, la arquitectura y la ciencia alcanzaron su época dorada durante los reinados de los califas Harún Al Rashid (el de Las Mil y Una Noches) y Al-Mamun.
Justo en el centro de la ciudad estaba el Palacio Dorado del califa, adornado por 30 mil tapices, 22 mil alfombras y esculturas de todo tipo, incluyendo árboles de oro y plata. En los barrios periféricos, había lugares comunes para judíos y cristianos, consideradas religiones amigas del Islam (menos mal que hemos progresado tanto como sociedad en estos últimos miles de años y hoy vivimos en una época más civilizada ¿no?). La ciudad estaba llena de jardines, fuentes y Mezquitas de increíble belleza. A lo largo del Tigris, se construían elegantes residencias y el río se atravesaba con botes hermosos contraídos por ebanistas renombrados.


Eruditos, científicos y artistas acudían a la ciudad en masa y siempre eran bien recibidos. Muchos llegaban con manuscritos de diferentes idiomas, lo que generó un auge en el arte de la traducción. Todos eran almacenados en el palacio dorado, que pronto se quedó sin espacio.
Por ese motivo, Al Mamun ordenó la construcción de “La Casa de la Sabiduría”. Una grán biblioteca que fue terminada en el 833 y se convirtió en el punto de reunión de los sabios. Se estudiaban escritos antiguos y se desarrollaban teoremas inéditos.

El deseo de instruirse era tan grande, que los califas se valían de todos los medios para atraer a los sabios. Incluso se declararon guerras para obligar a otros reinos a que entreguen a sus matemáticos o para robarse manuscritos importantes. A su vez, los acuerdos de paz subsiguientes incluían el intercambio de nuevos manuscritos como señal de buena voluntad.
Los sabios que trabajaban “full time” en La Casa de la Sabiduría, debían estar de guardia permanente para contestar cualquier duda que tuviera el califa, incluso si esta surgía de madrugada.

Pero un día todo terminó. En el año 1258 los mongoles arrasaron Bagdad. Todo fue destruido. Cuenta Dolina que uno de los generales mongoles entró a la Casa de la Sabiduría, a la sala de los Coranes. Tomó un libro y vio que era un Corán. Tomó otro y también era el Corán. Y siguió así hasta tomar unos 20 coranes. Luego exclamó “aquí solo hay un libro” y ordenó quemar el lugar. Cosa que suele ocurrir cuando los generales entran a las bibliotecas.

No hace mucho, el presidente Mitterrand anunció en una especie de testamento, que la gente debía despedirse de la idea de los presidentes o los “príncipes” ilustrados (él era uno). Dijo que los años que venían iban a ser bastante más mezquinos en esa combinación de hombre de estado y hombre ilustrado. Y tuvo razón, más allá de la destreza política de los que lo siguieron. Ya no hay guardias que disipen las dudas de los príncipes.
El mejor rey es el que busca el saber constante, pero esa regla se aplica a todos nosotros.


El conocimiento es una abstracción, pero también es palpable. Una realidad construida a nuestro alrededor, ladrillo por ladrillo: la calidad de esta construcción depende de la sagacidad del obrero. ¿Dónde quedó nuestra ambición de estructuras faraónicas?
Es obvio que todos tenemos deseos de conocimiento infinito, pero convengamos que hacemos muy poco para que el lugar donde vivimos sea Bagdad (la de antes…la de ahora está un poco venida a menos gracias a otros generales) ¿Por qué?
Creo que si bien buscamos conocimiento, lo hacemos solo a través de los espacios vacíos de la casualidad y la necesidad. Hijos del rigor intelectual, en general intentamos aprender solo cuando hace falta para algo específico.


Recientemente me topé, por un brusco cambio de carrera (todavía en veremos) ante la pregunta ¿para qué sirve todo lo que estudié hasta ahora? Y seamos sinceros, nos hemos preguntado mil veces para qué diablos servía aprender tal o cual cosa.
Pues sirve para ser quién soy. Sirve para formar un pensamiento, una racionalidad, un imaginario. ¿Qué importa si lo “uso” en la vida diaria? Me niego a ser una bolsa de aplicaciones prácticas vacía de un entretejido espiritual. Es por eso que rechazo el concepto “uno es lo que hace”.
Es cierto, nuestras acciones definen parte de quienes somos, pero eso no es todo. Soy lo que hago, pero también lo que deseo. Soy lo que miro, pero también lo que sueño. Soy lo que escribo, pero también lo que no se plasmar en palabras. Quién quiera conocerme (conocer a cualquiera) tendrá que mirar más allá de mis acciones peripatéticas y de poca monta.



En todo caso, a mayor capacidad de conocimiento, mejores acciones. Busquemos saberlo todo. La mayor parte del tiempo responderemos “no sé”. Pero un día, una gloriosa tarde de verano, alguien preguntará como formaba el Boca campeón de 1992. Y por un breve instante maravilloso, seremos los reyes de Bagdad.

martes, 17 de noviembre de 2009

Milagros - La incrédula espera


Buenas. Nuevo comentario salido de milagro para el blog. Como de costumbre, se agradecerán opiniones, saludos o lo que venga.
Un fuerte abrazo a todos.
Sergio

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Todos aquellos que esperan un milagro, aunque más no sea uno de cuarta categoría, no deberían estar leyendo esto. Pero para aquellos desafortunados que se quedaron sin internet justo con esta página colgada (y de paso, para aquellos que hayan visto sus libros quemados por un repentino fuego) y no tienen más remedio, digamos algo de los milagros.


Unos post atrás (ya podría decir unos años atrás) mencioné que el islam ve con muy malos ojos a los milagros. Creen que un milagro viene a adelantar de manera “buchona” algo que de todos modos ya iba a pasar. Es que el concepto de milagro se choca de pleno con el de una deidad perfecta. La perfección, no necesita milagros, que vendrían a funcionar como “correctiv
os” de una situación in-perfecta. Para los musulmanes, la belleza de Dios se expresa en el orden de las cosas, un orden que se interrumpe con un milagro.






En realidad, el milagro es, filosóficamente, el exagerado énfasis de una creencia determinada. La propia definición de “fe” implica una ausencia total de pruebas. Es decir, creer en algo con las pruebas, no es tener fe (esto acerca el concepto de fe al de amor, me parece). En tal sentido, el milagro es por lo menos superfluo. Aquellos que sienten una fe verdadera en, digamos, los ángeles, no necesitan ver uno.
El propio Martín Lutero decía que los milagros podían ayudar para convencer, pero que resultaban innecesarios una vez que la fe había quedado establecida.


Cuenta Voltaire:

“Un joven fraile hacía tantos milagros, que el Prior de su orden, se lo prohibió (jajaja). El fraile obedeció pero un día, vio que un obrero caía a la calle desde un techo. El fraile vaciló entre salvar al hombre y cumplir sus órdenes. Para resolver el tema, cumplió el milagro a medias. Detuvo la caída del hombre, pero lo dejó suspendido en el aire y fue corriendo a consultar al Prior sobre que debía hacer. El Prior lo absolvió del pecado y le permitió que lo terminara con la condición de que no volviera a hacer otro”.

Con el paso del tiempo, se comienza a creer que la divinidad abandona el procedimiento del milagro. Sin duda fruto del avance de la ciencia y la razón. Ya con leer la biblia basta para darse cuenta. El Viejo Testamento tiene milagros, ángeles e historias increíbles en cada versículo. En el Nuevo, hay cada vez menos.
Volatire afirmó que el tiempo de los milagros había terminado. Que ya no debían esperarse resurrecciones ni retrocesos del sol ni la multiplicación de panes.
Hoy nos quedan los milagros ingenuos o mejor dicho, las personas ingenuas, a quienes yo quiero mucho (por ser parte de ellos), pero que ya me tienen bastante podrido con las ideas del “milagro de cada amanecer” o “el milagro del vuelo de las mariposas”. Aquellos que ven milagros en cualquier cosa. El punto central de un milagro es su carácter inusual. El milagro no es un amanecer, sino que un día no amanezca.


Me parece que el tema va por aca.


Diogenes de Cinope, (Diogenes el cinico) se dirigió a donde estaba una estatua y pasó horas delante de ella. Quieto, extendió su mano como para pedir limosna y allí se quedó inmóvil. Un hombre se le acercó y le preguntó porqué hacía eso. La respuesta fue:
“Lo hago para acostumbrarme al rechazo. Lo hago para acostumbrarme a una tierra sin milagros”.


El problema es el desdén. Creer en base a los preceptos de la modernidad, que hemos alcanzado el sumun de la comprensión universal. Lo que tengo para decir es esto: siempre habrá dioses. Y es conveniente darse cuenta que creer en Osiris no es distinto que creer en el psicoanálisis en cuanto a sistema de creencias (repito, en cuanto a sistema de creencias). Porque esos mecanismos (los de creer, los de la fe) siempre funcionan de la misma manera y SIEMPRE acompañarán al ser humano. La ciencia no reemplaza la fe…simplemente, crea su propio mecanismo: la fe en la ciencia.

Comparto la opinión que le escuché a Dolina. Algunos pasamos la vida tratando de adiestrarnos a una existencia sin milagros. Y es un adiestramiento que no termina nunca. Tengo mis sospechas: no termina, porque jamás nos acostumbraremos a esa ausencia. Siempre esperamos que algo pase.

Algunos de nosotros sospechamos que nada prodigioso ocurrirá, pero no dejamos ni un segundo de sentir el dolor que genera esa falta de milagros. Todavía no renuncié (del todo) a ellos, porque me parece renunciar a la esperanza. Esta última es, básicamente, el deseo apasionado de presenciar algo fuera de toda lógica. Y convengamos que todos hemos visto cosas fuera de toda lógica, no tan directas como un fantasma, ni tan ingenuas como un amanecer.

Así que sigamos esperando. Aguardando por esa limosna imposible.

martes, 13 de octubre de 2009

Dolor - Las Honrosas Heridas


Llega un nuevo comentario a Ecos, una especie de "Pain management" de cuarta categoría.
Dedico este post y su temática a una amiga que, recientemente, perdió mucho. Ojala que pronto puedas pasar a cobrar por caja todas las que el destino te debe.
Sergio.

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La primera referencia al dolor, duele. Porque se trata, directamente, de un recordatorio de nuestra propia mortalidad y de nuestra “imperfección” ante los dioses. En la mayoría de los mitos, religiosos y de los otros también, el dolor aparece como un castigo divino o como una carga propia de los hombres. La evidencia más característica de la “falla” del ser humano. Esto es así salvo para nuestros amigos los griegos o los nórdicos, que sí les dieron a sus dioses la capacidad de sentir dolor algo que , simbólicamente, me parece muy acertado.



Cada sociedad ha utilizado distintos procedimientos para intentar suprimir el dolor. En el siglo I, muchos sabios idearon métodos para disminuir los dolores del parto, por ejemplo. Según Dolina, Apolonio de Tiana aconsejaba introducir en la habitación donde se llevaba adelante el nacimiento, una liebre viva para que saltara y diera giros por el lug ar y distrajera a la parturienta. Plinio señala que en España se acostumbraba a poner la liebre entre los senos de la mujer con el mismo objetivo (por favor, abstenerse de metáforas chuscas jaja). Si esto no resultaba, convocaban a músicos y cantores para ayudar a pasar el trance.

Nótese que no se hacía ninguna aplicación física. Era una manera psicológica de suprimir el dolor (distraer a la psique hacia otro foco de atención), concepto que para muchos, se mantiene vivo hasta hoy. El dolor está más en la mente, que en el cuerpo (esta es otra discusión en la que no entraré).

Dolina nos acerca otra historia: la del príncipe polaco Yanos Kucinich. Era un hombre muy galante y tenía numerosas amantes. Pero un día, un marido celoso dispuso que unos magos lo hechizaran y como resultado, el príncipe comenzó a sentir un dolor muy intenso entre los omóplatos. El dolor era tal, que el príncipe no podía registrar ninguna otra sensación que no fuera ese dolor. Los médicos de la corte no entendían nada, pero los astrólogos le dijeron que el dolor lo acompañarían toda su vida, salvó en un día de cada año: el día de San Juan.

Desde entonces, el príncipe vivió bajo un dolor paralizante, salvo cada 24 de junio, cuando se entregaba a unas fiestas y placeres fenomenales. Al día siguiente, volvía el dolor. Pero acá lo importante. Al cabo de unos años, el príncipe entendió que el éxtasis de ese día estaba contaminado por la certeza de su inmediata terminación al día siguiente. Y que por eso, no podía gozar de ellos. El hecho de saber que el placer se terminaría, no le permitía disfrutar esas 24 horas. Y así, quedó atrapado. Desde entonces, su día de alivio lo utilizaba para sufrir por el dolor que vendía a la jornada siguiente. A través de procedimientos mágicos, los astrólogos le consiguieron nuevos días de gracia: el día de todos los santos, la navidad, la pascua. Pero Kucinich tampoco las aprovechaba y por cada fecha que ganaban sus magos, el sufría el doble. Los días de placer que le conseguían fueron tantos, que en un punto llegó a sentir dolor solo en una jornda por año. Pero ya no importaba. El concepto de lo efímero, lo había dominado e invadido. Pese a tener 364 días libres de dolor, la llegada de aquella única jornada de sufrimiento lo atormentaba. Y pasó su vida llorando en su habitación, mirando por la ventana y esperando la llegada del dolor inevitable, o tal vez el definitivo. Una voz de alerta, entonces, acerca del concepto de lo efímero. En el momento en que toma posesión de nosotros, nunca se va.

Muchos métodos se han inventado desde entonces para esquivar los dolores físicos, pero ninguno para los dolores del alma. Sin embargo, deberíamos preguntarnos si realmente no queremos sentir dolor ante alguna desgracia que nos ha ocurrido. Una cosa es desear la vuelta de alguien amado, pero otra muy distinta, es pretender eliminar el dolor que esa partida causa. Lejos de ser masoquista, yo prefiero el dolor. Es parte de lo que soy y, de alguna manera macabra, define quién soy. Hay que seguir adelante sin ocultar los cuchillos clavados en el pecho.


Querido Will.

Aquí estamos, usted y yo, padeciendo en nuestros respectivos hospitales. Usted con su dolor y yo sin mis libros. Espero que no haya quedado muy feo…que colección de cicatrices tiene! Nunca olvide quién le hizo la mejor de ellas y sea agradecido. Porque nuestras cicatrices tienen el poder de recordarnos que nuestro pasado fue real.

Hannibal Lecter.

De la película "El Dragón Rojo"


Podemos caer paralizados como Kucinich o arrastrar nuestras heridas para lo que venga. Es cierto que aún en el momento de mayor disfrute, aún cuando nos estemos muriendo de la risa, nuestro dolor estará ahí y una pequeña voz susurrante nos dirá “igual te duele. Un día te vas morir, al igual que todos los que te quieren”. Pero de eso se trata, de disfrutar igual. De reírnos de esta vida, la mayor de las parodias, pese a que el telón caerá más tarde o más temprano.

Porque déjenme decirles algo, para quede bien claro. El único modo que existe de eliminar el dolor, es eliminando el placer. Y les aseguro que no vale la pena. Es un precio demasiado alto.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Caminos - Mural

Bueno volvemos con nuevo diseño y una excepción en el formato del post. Más imagenes que otras veces, con un pequeño texto sobre el tema que es "Caminos", frutos de un muy buen viaje a Salta realizado hace unos días, más los agregados de un walpaper que me gustó y fotos de otros viajes de hace tiempo a Santa Rosa y Villa Gesell.

Espero que guste.

Un abrazo grande.

Sergio.

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La brújula del destino lo señala con firmeza, esa determinación que me falta. Las dudas de la elección recorren sus contornos hasta hacer del paisaje un sinfín de especulaciones y posibles finales tragicómicos.

Pero en un instante de inconsciencia la decisión está tomada. Al principio los pasos son inestables, uno a uno recuerdan otros rumbos, otras postales, otros horizontes. La confianza, ciega como siempre, no llega de repente dando un entorno feliz. Demora su aparición, prolongando la incertidumbre.

Pero lentamente el andar se estabiliza. Quizá por el empuje del tiempo y la imposibilidad del regreso (ahora se que nadie regresa, nunca). Quizá por entender que la elección fue hecha hace mucho y solo falta entender porqué.

De cualquier forma, el camino fue elegido. Su trazado atraviesa los imaginarios posibles, los abismos de la tentación y la ignorancia, las llanuras de la esperanza. ¿Hay ilusión en cada giro del sendero, o solo el inevitable devenir?. ¿Hay recompensa después de cada cuesta, o el sabor amargo de otro atardecer sin respuestas?

De cualquier forma, el camino fue elegido.