Muchas Gracias.
Sergio.
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Empiezo con una historia. En el momento de la pasión del Cristo, mientras cargaba la cruz, recorriendo el camino del calvario, pasa por la tienda de un artesano (zapatero). El soldado que viene vigilando todo el asunto, dispuesto a detener la marcha aunque sea por un instante, le pregunta al artesano si no le da a Cristo un vaso con agua. Pero, de muy mala gana, se lo niega. El hombre de la cruz le dice entonces: “yo ando porque debo morir. Y tu hasta mi vuelta andarás sin morir”. Este es el comienzo de la famosa leyenda del judío errante.
Si bien se mira, se trata de una maldición. Cristo lo maldice a ser inmortal hasta su propio advenimiento. Y todavía andará por ahí este personaje, condenado a no morir. Esta historia se utiliza generalmente como una duda filosófica. ¿Hasta que punto conviene no morirse? ¿Hasta que punto nuestra vida se basa en el conocimiento de que algún día habremos de morir?
El mito de los Vampiros tiene como punto central de su construcción, el anhelo de inmortalidad. Y todas las desventajas e inconvenientes que debe sufrir ese vampiro son precisamente un juego en esta dualidad. Se les da la inmortalidad, pero al costo de sufrirla.
Este precio que aparentemente se debe pagar por ser eterno, me hace acordar mucho a los castigos del infierno griego. En la antigüedad griega, el Ades se caracterizó por ser un lugar apenas peor que el paraíso. Sus castigos no eran tremendos, pero tenían quizá el único inconveniente de ser eternos. Las Danaides (50 hermanas condenadas por matar a sus esposos), deben llenar unos toneles que no tienen fondo. También está Tántalo que anda metido en un arroyo con el agua hasta el pecho. Cuelgan sobre él unas ramas con frutos, pero cuando pretende tomar uno, la rama sube. Y cuando quiere tomar agua, el agua baja. Y nunca puede alcanzar ninguno.
Como dijo Dolina “si me condenaran esto por dos horas, no me importaría. Total después voy y como un pancho”. Pero el problema es que el castigo es eterno.
Con los vampiros es igual. Comen (o toman para el caso), pero nunca logran saciarse. Siente pasiones profundas y al mismo tiempo se autoincriminan su banalidad. Nada los satisface y deben vivir con esa sensación de “asunto incompleto” por miles de años.
Una manera indirecta de vivir para siempre, es reencarnar. Y me gustaría aclarar algunos temas. Ya se ha dicho muchas veces, que cada vez que alguna persona se entera de su vida pesada, siempre se trata alguien famoso. Nunca un don nadie. Pero además, quiero agregar que la Ley de Malthus, así como muchas otras, no ayuda a la teoría de la reencarnación. Si el crecimiento de la población es una progresión geométrica, pues algunos de los que hoy estamos supuestamente reencarnados no tenemos a nadie de quien haber reencarnado. La población mundial en la época de Cristo era 250 millones. Hoy andaremos por seis mil millones…..no alcanzan las almas de aquel entonces! Supongo que primero se es planta, después algún otro animal y finalmente hombre. Pero ¿y después? ¿Se vuelve a ser un helecho?
Terry Pratchett cuenta en “Mort” la historia de un monje que podría
reencarnarse, y, como todos los demás reencarnados, no sabía que había tenido una existencia anterior. Pero que sí lo sabía o que tomaba conciencia de su condición de inmortal, en los pocos minutos que le llevaba abandonar el cuerpo moribundo y ocupar el de un recién nacido. En ese corto pasaje de tiempo, se sentía frustrado y desesperado por saber que iba a vivir otra vez, pero no iba a conservar la sabiduría adquirida. Aquí, nuevamente, tenemos un sufrimiento eterno: entender solo por unos pocos segundos, que tu condición de inmortal te será desconocida el resto del tiempo.
Finalmente, otra historias de los griegos. Clito, un mortal común y corriente, recibió el amor de la aurora Eos. Y ella, para compartir la eternidad con su amante, le gestionó ante los dioses la inmortalidad. Pero, pequeño detalle, se olvidó de pedir, además, la eterna juventud. Clito fue, efectivamente, un inmortal, pero no paró de envejecer y al final, apenas si se lo podía distinguir de una zarigüeya.
Creo que conviene gestionar muy bien estas cosas. El deseo ineludible de ser inmortal y escaparle a la muerte solo sirve si los días que vendrán (muchos) nos deparan un destino más o menos feliz. Sería muy triste lograr acceder a la eternidad para descubrir después que no era lo que en realidad queríamos.
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