sábado, 6 de junio de 2009

Iluminados - Las luces de la trascendencia

Pasó bastante tiempo, pero volvieron los comentarios. Dedico este post a aquellos que me prestan algo de su luz para ver por donde voy. O por lo menos, para no caerme tanto.

Un abrazo grande a todos. 

Sergio

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Desde los comienzos mismos del cristianismo, la idea de luminosidad estuvo atada al espíritu santo. Hemos visto, miles de veces, “destellos” o imágenes centellantes de luz en obras pictóricas religiosas. La santificación se expresaba en esa representación de la resplandecencia. Era esta una de las fuentes doctrinarias que apoyaron  la creencia de que la perfección espiritual no solo correspondía al alma del santo, sino también a su cuerpo. Es decir, que podían ser, concretamente, seres luminosos.

Se cuenta en una oportunidad, que el emperador Justiniano (Imperio Bizantino) vio en la cabeza de quién luego sería San Sabas (uno de los monjes más famosos de la antigüedad) una “gracia” divina fulgurante en forma de corona que lanzaba rayos tan fuertes como el sol. Fue a partir de esta historia, que las ilustraciones de los santos comenzaron a lucir aquel famoso “aro” luciforme que aparece sobre sus cabezas.

Algunas luminosidades traen problemas. El Abad Sisoes, por ejemplo, relampagueaba. No conforme con emitir luz, provocaba unos destellos que asustaban a todo aquel que se le acercaba. Constantemente, los hermanos le pedían por favor que no entrara en éxtasis con tanta frecuencia para no provocar desmanes. Cuando Sisoes estuvo a punto de morir, cuentan que su cara se encendió y encandiló a todos los presentes, tanto que nadie pudo contemplar su rostro. Pronunció las siguientes palabras: “Ahora llega el coro de Apóstoles” y su cara se encendió todavía más, al punto de iluminar un valle entero.

Hasta acá, cito a Dolina. Pero obsérvese este pasaje que encontré en una biografía de San Antonio, que incluye al abad de los refusilos: Sisoes era el que, deseoso de llegar al reposo absoluto, se sentaba durante la noche en una roca al borde de un precipicio y oraba en alta voz hasta que los primeros rayos del sol doraban su frente”. Ahora dudo…pues posiblemente esta costumbre mañanera, alimentó el mito subsecuente.


Zoroastro (llamado Zaratustra en persa antiguo, un nombre más común para nosotros gracias a Nietzsche) es el profeta de la religión persa y fundador del zoroastrismo. Cuentan que resplandecía ya desde el vientre de su madre e iluminaba así todo el pueblo durante la noche (que molesto).


No olvidemos que entre los griegos, muchos recibían como “regalos” por sus acciones, un espacio en la bóveda celeste, convertidos a constelaciones y estrellas brillantes. Acuario representa la historia de Ganímedes, secuestrado por Zeus para servir bebidas en el Olimpo (un hombre con una jarra); Aries surge a partir de la narración del vellocino de oro: el carnero cuya piel de oro va a buscar Jasón hasta Cólquida y que termina en el cielo (más opaco porque precisamente le falta su piel); Pan es Capricornio gracias al favor de Zeus por haberlo salvado del monstruo Tifón. Y así muchas más. Aquí, la luminosidad eterna es un regalo muy preciado, casi uno de los mejores que pueden hacer los dioses.


En los relatos de Tolkien, los elfos conservaban, de muchas maneras, una “memoria viva” de la historia del mundo.  El devenir de la Tierra Media hacían mella en su aspecto y cargaban el peso de los años, para bien y para mal: físicamente hermosos, pero con una tristeza eterna sobre sus hombros. Se decía que les rodeaba un aura que era como el resplandor del sol alrededor de la luna en un eclipse total. Sus cabellos lucen como hilos de oro o de plata y la luz de las estrellas brilla a su alrededor, en el pelo, en los ojos, en sus vestimentas o en sus manos. Siempre hay luz en un rostro élfico. En este caso, la interpreto como una luz memoriosa. De tiempos remotos que se niegan a morir y se refugian en recuerdos.


La iluminación literal escapa de nuestras humildes posibilidades (una lástima). Pero como en este espacio somos adeptos de las comparaciones fáciles y chabacanas, me gustaría hablar ahora de la iluminación metafórica. De esas personas que nos alumbran los pasos en días que son, vamos a admitirlo, bastante oscuros.

Hay personas luminosas, y su luz marca camino.

Hay personas centellantes, de un paso fugaz y decisivo.

Hay personas que irradian fuego, con un peligro apasionante.

Hay personas de tímido albor, intermitente pero convocante.

Hay personas que destellan un glamour permisivo.

Hay personas de brillo eterno, que iluminan un destino.

 

Es vital para entender esta “iluminación” el concepto de trascendencia. El sentido más inmediato del concepto se refiere a una metáfora espacial. Trascender es pasar de un ámbito a otro, atravesando el límite que los separa. Desde un punto de vista filosófico, en cambio, el concepto de trascendencia incluye además la idea de superación o superioridad, porque supone un “más allá” del punto de referencia. Trascender, pasa a ser la acción misma de sobresalir de un determinado ámbito, superando su limitación o clausura.

Hay personas que trascienden en nuestras vidas. Van más allá de un conocimiento racional y científico, reducido a una ciencia del comportamiento. El contacto es “superior” y se destaca por sobre una simple compilación de conductas. Nos hacen atravesar límites y ser, de vez en cuando, llamitas compadronas de una vela gastada.

 

El manto gris que cubre nuestros días nos complica en la tarea de encontrarlas. Y la sola empresa está llena de complicaciones. Puede ocurrir que veamos la luz de estas personas, pero no nos esté destinada. Puede ocurrir que envidiemos su manera de alumbrar o la iluminación de otros caminos que no son los nuestros. Puede pasar también, que nuestra propia opacidad sea impenetrable para cualquier luz.

 

Sugiero, humildemente, no dejar que esto nos detenga. La búsqueda es esencial. Y también lo es tener el ojo entrenado. Aunque en realidad, supongo que nadie necesita que nos señalen con el dedo quiénes han sido (y son) las personas iluminadas que acompañan nuestros días. Hagan un breve repaso por sus recuerdos y sus corazones.

Sabrán muy bien de quiénes estoy hablando.

 

 

Cuentan algunos relatos induístas que los seres primigenios del planeta amaban mediante una luz que emitían y solo cuando renunciaron a ella, pasaron a amarse con el tacto y el contacto. No estoy de acuerdo. El amor fue y sigue siendo, entre otras cosas, una luminosidad”.

A.Dolina

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No es fácil encontrar una luz, por más pequeña, fugaz o permanente que sea es un regalo, no debe ser menospreciada jámas.
Tienes toda la razón cuando dices que nos alubran el camino, por el tiempo que sea, por el trecho que sea, siempre habran dejado un camino recorrido, es decir, imborrable. También estoy de acuerdo contigo en que muchas veces no dejamos que esos destellos nos toquen,no lo se, tal vez por nuestra propia oscuridad como bien lo dices. Igual es una lastima. Ojala y pudieramos entener nuestra nebulosidad para así aprovechar, incluso al punto de robar, el fulgor de aquellos que destellan a nuestro lado.

Sergio dijo...

Sí o sí necesitamos la ayuda de estas personas iluminadas para andar. Así que hay que rodearse de ellas y agradecer de vez en cuando cuando evitan que nos caigamos.
Muchas, muchas gracias por el comentario.