La primera referencia al dolor, duele. Porque se trata, directamente, de un recordatorio de nuestra propia mortalidad y de nuestra “imperfección” ante los dioses. En la mayoría de los mitos, religiosos y de los otros también, el dolor aparece como un castigo divino o como una carga propia de los hombres. La evidencia más característica de la “falla” del ser humano. Esto es así salvo para nuestros amigos los griegos o los nórdicos, que sí les dieron a sus dioses la capacidad de sentir dolor algo que , simbólicamente, me parece muy acertado.

Cada sociedad ha utilizado distintos procedimientos para intentar suprimir el dolor. En el siglo I, muchos sabios idearon métodos para disminuir los dolores del parto, por ejemplo. Según Dolina, Apolonio de Tiana aconsejaba introducir en la habitación donde se llevaba adelante el nacimiento, una liebre viva para que saltara y diera giros por el lug ar y distrajera a la parturienta. Plinio señala que en España se acostumbraba a poner la liebre entre los senos de la mujer con el mismo objetivo (por favor, abstenerse de metáforas chuscas jaja). Si esto no resultaba, convocaban a músicos y cantores para ayudar a pasar el trance.
Nótese que no se hacía ninguna aplicación física. Era una manera psicológica de suprimir el dolor (distraer a la psique hacia otro foco de atención), concepto que para muchos, se mantiene vivo hasta hoy. El dolor está más en la mente, que en el cuerpo (esta es otra discusión en la que no entraré).
Dolina nos acerca otra historia: la del príncipe polaco Yanos Kucinich. Era un hombre muy galante y tenía numerosas amantes. Pero un día, un marido celoso dispuso que unos magos lo hechizaran y como resultado, el príncipe comenzó a sentir un dolor muy intenso entre los omóplatos. El dolor era tal, que el príncipe no podía registrar ninguna otra sensación que no fuera ese dolor. Los médicos de la corte no entendían nada, pero los astrólogos le dijeron que el dolor lo acompañarían toda su vida, salvó en un día de cada año: el día de San Juan.

Muchos métodos se han inventado desde entonces para esquivar los dolores físicos, pero ninguno para los dolores del alma. Sin embargo, deberíamos preguntarnos si realmente no queremos sentir dolor ante alguna desgracia que nos ha ocurrido. Una cosa es desear la vuelta de alguien amado, pero otra muy distinta, es pretender eliminar el dolor que esa partida causa. Lejos de ser masoquista, yo prefiero el dolor. Es parte de lo que soy y, de alguna manera macabra, define quién soy. Hay que seguir adelante sin ocultar los cuchillos clavados en el pecho.
Querido Will.
Aquí estamos, usted y yo, padeciendo en nuestros respectivos hospitales. Usted con su dolor y yo sin mis libros. Espero que no haya quedado muy feo…que colección de cicatrices tiene! Nunca olvide quién le hizo la mejor de ellas y sea agradecido. Porque nuestras cicatrices tienen el poder de recordarnos que nuestro pasado fue real.
Hannibal Lecter.
De la película "El Dragón Rojo"
Podemos caer paralizados como Kucinich o arrastrar nuestras heridas para lo que venga. Es cierto que aún en el momento de mayor disfrute, aún cuando nos estemos muriendo de la risa, nuestro dolor estará ahí y una pequeña voz susurrante nos dirá “igual te duele. Un día te vas morir, al igual que todos los que te quieren”. Pero de eso se trata, de disfrutar igual. De reírnos de esta vida, la mayor de las parodias, pese a que el telón caerá más tarde o más temprano.