lunes, 15 de febrero de 2010

La Casa de la Sabiduría - ¿Eruditos o Generales?

En Antares también se toman vacaciones. Y ahora, que hemos cambiado la localización de la antena parabólica que recibe las ideas del espacio, vuelven los post a está página de terca supervivencia.
Limpien esa arena de los pies y dejen un comentario, que será oportunamente agradecido.
Un abrazo grande para todos.
Sergio.

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En la antigua ciudad de Bagdad se alentaba el conocimiento. La literatura, la arquitectura y la ciencia alcanzaron su época dorada durante los reinados de los califas Harún Al Rashid (el de Las Mil y Una Noches) y Al-Mamun.
Justo en el centro de la ciudad estaba el Palacio Dorado del califa, adornado por 30 mil tapices, 22 mil alfombras y esculturas de todo tipo, incluyendo árboles de oro y plata. En los barrios periféricos, había lugares comunes para judíos y cristianos, consideradas religiones amigas del Islam (menos mal que hemos progresado tanto como sociedad en estos últimos miles de años y hoy vivimos en una época más civilizada ¿no?). La ciudad estaba llena de jardines, fuentes y Mezquitas de increíble belleza. A lo largo del Tigris, se construían elegantes residencias y el río se atravesaba con botes hermosos contraídos por ebanistas renombrados.


Eruditos, científicos y artistas acudían a la ciudad en masa y siempre eran bien recibidos. Muchos llegaban con manuscritos de diferentes idiomas, lo que generó un auge en el arte de la traducción. Todos eran almacenados en el palacio dorado, que pronto se quedó sin espacio.
Por ese motivo, Al Mamun ordenó la construcción de “La Casa de la Sabiduría”. Una grán biblioteca que fue terminada en el 833 y se convirtió en el punto de reunión de los sabios. Se estudiaban escritos antiguos y se desarrollaban teoremas inéditos.

El deseo de instruirse era tan grande, que los califas se valían de todos los medios para atraer a los sabios. Incluso se declararon guerras para obligar a otros reinos a que entreguen a sus matemáticos o para robarse manuscritos importantes. A su vez, los acuerdos de paz subsiguientes incluían el intercambio de nuevos manuscritos como señal de buena voluntad.
Los sabios que trabajaban “full time” en La Casa de la Sabiduría, debían estar de guardia permanente para contestar cualquier duda que tuviera el califa, incluso si esta surgía de madrugada.

Pero un día todo terminó. En el año 1258 los mongoles arrasaron Bagdad. Todo fue destruido. Cuenta Dolina que uno de los generales mongoles entró a la Casa de la Sabiduría, a la sala de los Coranes. Tomó un libro y vio que era un Corán. Tomó otro y también era el Corán. Y siguió así hasta tomar unos 20 coranes. Luego exclamó “aquí solo hay un libro” y ordenó quemar el lugar. Cosa que suele ocurrir cuando los generales entran a las bibliotecas.

No hace mucho, el presidente Mitterrand anunció en una especie de testamento, que la gente debía despedirse de la idea de los presidentes o los “príncipes” ilustrados (él era uno). Dijo que los años que venían iban a ser bastante más mezquinos en esa combinación de hombre de estado y hombre ilustrado. Y tuvo razón, más allá de la destreza política de los que lo siguieron. Ya no hay guardias que disipen las dudas de los príncipes.
El mejor rey es el que busca el saber constante, pero esa regla se aplica a todos nosotros.


El conocimiento es una abstracción, pero también es palpable. Una realidad construida a nuestro alrededor, ladrillo por ladrillo: la calidad de esta construcción depende de la sagacidad del obrero. ¿Dónde quedó nuestra ambición de estructuras faraónicas?
Es obvio que todos tenemos deseos de conocimiento infinito, pero convengamos que hacemos muy poco para que el lugar donde vivimos sea Bagdad (la de antes…la de ahora está un poco venida a menos gracias a otros generales) ¿Por qué?
Creo que si bien buscamos conocimiento, lo hacemos solo a través de los espacios vacíos de la casualidad y la necesidad. Hijos del rigor intelectual, en general intentamos aprender solo cuando hace falta para algo específico.


Recientemente me topé, por un brusco cambio de carrera (todavía en veremos) ante la pregunta ¿para qué sirve todo lo que estudié hasta ahora? Y seamos sinceros, nos hemos preguntado mil veces para qué diablos servía aprender tal o cual cosa.
Pues sirve para ser quién soy. Sirve para formar un pensamiento, una racionalidad, un imaginario. ¿Qué importa si lo “uso” en la vida diaria? Me niego a ser una bolsa de aplicaciones prácticas vacía de un entretejido espiritual. Es por eso que rechazo el concepto “uno es lo que hace”.
Es cierto, nuestras acciones definen parte de quienes somos, pero eso no es todo. Soy lo que hago, pero también lo que deseo. Soy lo que miro, pero también lo que sueño. Soy lo que escribo, pero también lo que no se plasmar en palabras. Quién quiera conocerme (conocer a cualquiera) tendrá que mirar más allá de mis acciones peripatéticas y de poca monta.



En todo caso, a mayor capacidad de conocimiento, mejores acciones. Busquemos saberlo todo. La mayor parte del tiempo responderemos “no sé”. Pero un día, una gloriosa tarde de verano, alguien preguntará como formaba el Boca campeón de 1992. Y por un breve instante maravilloso, seremos los reyes de Bagdad.

2 comentarios:

Verónica dijo...

Como dijo nuestro amigo añejado Aristoteles ...''El ignorante afirma , el sabio duda y reflexiona..."de eso se trata la sabiduría, como dejaste plasmado aquí ... se dimensiona a través de la reflexión ...el miramiento introspectivo de nuestros pasos no solo en el suelo sino también de sus pisadas en nuestra mente ...de la búsqueda...no habla de certezas de lo ya conseguido...
Muy buenas palabras ... te felicito amigo...buena publicación ..
muchos besosss
Verónica

Sergio dijo...

Muchas Gracias por sus comentarios, siempre acertados e interesantes. Un beso.