Sergio.
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“Cuando escribo, siempre empiezo con los nombres. Dame un nombre y te cuento una historia. Casi nunca se da al revés”.
J.R.R. Tolkien
Tolkien creó lenguajes enteros para descubrir nuevas formas de nombrar las cosas y con ellas, nuevas historias. Los nombres suelen tener orígenes no investigados. Nos llegan del pasado y confiamos en ellos porque todos los demás alrededor nuestro los utilizan. Desde luego está la etimología, que es el estudio del origen de las palabras, razón de su existencia, de su significación y de su forma. Y está la lingüística de Ferdinand de Saussure, con el significado y el significante. Pero hay algo más, algo que, la verdad, se me escapa, algo mágico en esa virtud del hombre de nombrar las cosas que ve o siente. Todos los lenguajes comenzaron de cero y debieron designar cosas que no estaban catalogadas ni aceptadas socialmente. Y si bien todo esto no deja de tener una explicación científica, la escena me agrada y me obnubila. Porque cuando nombramos, ponemos en juego millones de cosas de las que casi no nos damos cuenta.
En primer lugar, cuando nombramos algo, lo creamos. Lo delimitamos, lo separamos del resto de las cosas y le damos una identidad. Un conjunto de normas, leyes y axiomas que conforman su existencia y lo diferencian del resto. Para Lacan (curioso que lo cite justo ahora, ya van a ver porqué…..pero bueno, hagan como que no lo vieron…..je), el nombre permite ciertas ventajas y desventajas; al nombrar algo pasa a ser un objeto identificado, se identifica como objeto. A un ser viviente al que se le dice Juan, se unifica bajo Juan, una epidermis que lo envuelve, que lo designa como unidad; pero al mismo tiempo está perdido para siempre su individualidad por el hecho de que está incorporado al lenguaje; al nombrar Juan se unifica algo más que un cuerpo.
Bart: Que?
H: Ponle nombre!
B: Señor Palo
H: …..Podrías esforzarte un poco más no?!! Ponle nombre de mujer
B: mmmm………mamá
H: Tu palo se llama Marilyn!!!
B: Porqué?
H: Porque yo lo digo. Por eso!!
Esto significa que cuando nombramos algo, lo etiquetamos dentro de una categoría. Ese es, quizá, el lado negativo del asunto. Y acá quiero detener un rato.
La categorización de los eventos es un asunto peligroso. Me preocupa ver como grandes problemas son minimizados y degradados luego de su ubicación en un estándar. Se que voy a decir una estupidez, pero en parte, mi desconfianza al psicoanálisis tiene que ver con eso: la categorización de un problema personal dentro de un vasto catálogo de problemas personales. El dolor, la pena y la resignación, asuntos que a una persona pueden afectarla profundamente, pasan a ser “Depresión” dentro de un folio en una carpeta y su solución es otro conjunto de normas estándares que se aplican sin importar el individuo. En realidad, eso está bien: es lo que debe hacer un científico. No me creo especial y tampoco espero que un oncólogo mire un cáncer de manera “individual”. La ciencia es teoría y la teoría es la estandarización de normas frente a un determinado caso. Pero me gustaría pensar que cada paciente, con la misma enfermedad, es diferente.
Los problemas que tengo en la cabeza (estoy seguro que son muchos) son probablemente, lo más personal que tengo. Se que pueden ser categorizados porque son iguales a los de miles y miles de personas, pero aún así, su estandarización me suena a menosprecio. El drama personal, se vuelve típico en el lenguaje científico. Vale para un cálculo renal, pero en otras cuestiones…..
Volviendo. ¿Qué pasa si inventamos una palabra? Al pronunciarla inconscientemente la crearías basándote en algo, recurriendo a algo que la inspirara, aunque fuera una imagen fantástica. Si tuvieras que definirla, utilizarías otras palabras que sí son conocidas por el interlocutor, que también haría esa asociación.
Esta capacidad de “imaginar” los significados queda denunciada totalmente cuando se pierde la capacidad de habla. La Afasia es una enfermedad que consiste en la pérdida completa o incompleta de la facultad de la palabra, con conservación de la inteligencia y de la integridad de los órganos de la fonación. Es decir, la persona habla y para él, lo que dice es perfectamente normal. Sin embargo, solo emite sonidos incoherentes.
Las imágenes en su cerebro de las cosas que quiere decir están ahí, solo que un problema en los centros del lenguaje del cerebro mandan “señales” equivocadas.

Queda claro que todo este fenómeno es explicado por la ciencia, pero aún así, me parece algo misterioso y fantástico. Designar algo solo perceptivo como un color, una emoción, o cosas que en la realidad no existen, pero que todos reconocen como los dragones o los unicornios.
Nombrar algo o a alguien me sigue pareciendo una facultad que en teoría, debería ser de los dioses. Un acto divino que, sin embargo, le está permitido al ser humano. Es uno de los pocos.
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